Homilías de cuatro minutos

Santísima Trinidad

May 23, 2024 Joseph Pich
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Santísima Trinidad
May 23, 2024
Joseph Pich

Santísima Trinidad 

            Fue Jesús el que nos descubrió el misterio de la Santísima Trinidad. Era algo que Dios tenía escondido hasta que bajó a la tierra para hacerse hombre. En el Antiguo Testamento no quiso revelarnos esta verdad acerca de sí mismo, por temor a que los Israelitas adoraran múltiples dioses. La primera vez que descubrimos esta realidad divina fue en la Anunciación, cuando el ángel Gabriel mencionó las tres personas. La segunda vez fue en el Bautismo de Jesús, cuando escuchamos la voz del Padre y vimos la paloma blanca volando encima del Hijo. Al final de los Evangelios Jesús nos manda bautizar en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Es interesante ver que designa los nombres de las tres personas en singular. Un Dios y tres personas.

            Uno es el símbolo de unidad. Para evitar uniformidad se necesitan dos. En un mundo plagado de individualismo, es bueno estar abierto al otro. Dos ayuda a resolver el problema, pero surgen nuevos desafíos producto de las relaciones entre las dos personas. Con dos aparecen problemas, oposición y lucha. Tres es mejor, pues uno puede hacer de mediador, y la relación es más armoniosa. Una vez llega el bebe la pareja se convierte en familia. Jesús dice que cuando dos o tres se reúnen en su nombre, él está en medio de ellos. Trinidad viene de tres. Las relaciones humanas son reflejo de las divinas.

            Dios es una familia de tres. Al revelarnos su verdad, nos ha abierto su vida íntima y tenemos la posibilidad de participar en esa vida intratrinitaria. Por el agujero de nuestra humanidad, podemos atisbar la relación de amor entre las tres personas. En el famoso icono de Rublev, están representados los tres ángeles que visitaron Abraham, simbolizando la Trinidad, sentados alrededor de una mesa cuadrada. En frente hay un puesto libre para nosotros, casi con nuestro nombre. Los ángeles están situados de manera que forman un círculo, esperando que nos sentemos en nuestro lugar, para cerrarlo. Es una relación a tres bandas, que fluye tanto hacia dentro como hacia fuera. Todos estamos llamados a sentarnos en esta mesa a comer con las tres personas, comenzando ya a celebrar el banquete nupcial del cielo.

            Somos personas más bien inclinadas hacia afuera. Intentamos encontrar la felicidad fuera de nosotros. Las tecnologías han acentuado esa inclinación, llevándonos más lejos de Dios, que habita dentro de nosotros, en nuestra alma en gracia. Podemos preguntarnos si el teléfono móvil nos ayuda a conectar con Dios, o, todo lo contrario, nos lleva a buscar la felicidad donde no está, en sitios equivocados.

            “Debes buscarme dentro de ti”, le dijo Jesús a Santa Teresa de Ávila. Nos hemos olvidado donde está Dios. Santa Isabel de la Trinidad nos recuerda de esa realidad: “Dios en mí y yo en él. Que este sea tu lema. ¡Que maravillosa es esa presencia de Dios dentro de nosotros, en el santuario escondido de nuestras almas! Lo encontramos siempre allí, aunque no tengamos sentimientos sensibles de su presencia. Allí está siempre. Allí lo busco y lo amo. No podemos dejarle solo.”

 

josephpich@gmail.com

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Santísima Trinidad 

            Fue Jesús el que nos descubrió el misterio de la Santísima Trinidad. Era algo que Dios tenía escondido hasta que bajó a la tierra para hacerse hombre. En el Antiguo Testamento no quiso revelarnos esta verdad acerca de sí mismo, por temor a que los Israelitas adoraran múltiples dioses. La primera vez que descubrimos esta realidad divina fue en la Anunciación, cuando el ángel Gabriel mencionó las tres personas. La segunda vez fue en el Bautismo de Jesús, cuando escuchamos la voz del Padre y vimos la paloma blanca volando encima del Hijo. Al final de los Evangelios Jesús nos manda bautizar en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Es interesante ver que designa los nombres de las tres personas en singular. Un Dios y tres personas.

            Uno es el símbolo de unidad. Para evitar uniformidad se necesitan dos. En un mundo plagado de individualismo, es bueno estar abierto al otro. Dos ayuda a resolver el problema, pero surgen nuevos desafíos producto de las relaciones entre las dos personas. Con dos aparecen problemas, oposición y lucha. Tres es mejor, pues uno puede hacer de mediador, y la relación es más armoniosa. Una vez llega el bebe la pareja se convierte en familia. Jesús dice que cuando dos o tres se reúnen en su nombre, él está en medio de ellos. Trinidad viene de tres. Las relaciones humanas son reflejo de las divinas.

            Dios es una familia de tres. Al revelarnos su verdad, nos ha abierto su vida íntima y tenemos la posibilidad de participar en esa vida intratrinitaria. Por el agujero de nuestra humanidad, podemos atisbar la relación de amor entre las tres personas. En el famoso icono de Rublev, están representados los tres ángeles que visitaron Abraham, simbolizando la Trinidad, sentados alrededor de una mesa cuadrada. En frente hay un puesto libre para nosotros, casi con nuestro nombre. Los ángeles están situados de manera que forman un círculo, esperando que nos sentemos en nuestro lugar, para cerrarlo. Es una relación a tres bandas, que fluye tanto hacia dentro como hacia fuera. Todos estamos llamados a sentarnos en esta mesa a comer con las tres personas, comenzando ya a celebrar el banquete nupcial del cielo.

            Somos personas más bien inclinadas hacia afuera. Intentamos encontrar la felicidad fuera de nosotros. Las tecnologías han acentuado esa inclinación, llevándonos más lejos de Dios, que habita dentro de nosotros, en nuestra alma en gracia. Podemos preguntarnos si el teléfono móvil nos ayuda a conectar con Dios, o, todo lo contrario, nos lleva a buscar la felicidad donde no está, en sitios equivocados.

            “Debes buscarme dentro de ti”, le dijo Jesús a Santa Teresa de Ávila. Nos hemos olvidado donde está Dios. Santa Isabel de la Trinidad nos recuerda de esa realidad: “Dios en mí y yo en él. Que este sea tu lema. ¡Que maravillosa es esa presencia de Dios dentro de nosotros, en el santuario escondido de nuestras almas! Lo encontramos siempre allí, aunque no tengamos sentimientos sensibles de su presencia. Allí está siempre. Allí lo busco y lo amo. No podemos dejarle solo.”

 

josephpich@gmail.com