Homilías de cuatro minutos
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28 Domingo B El joven rico
El joven rico
Hoy en el evangelio nos encontramos con el joven rico. No sabemos su nombre. Todo lo que sabemos es que era joven, rico y distinguido. Debía ser un chico guapo y apuesto. A todos nos gustaría ser jóvenes, ricos y elegantes. Si somos jóvenes en nuestra vida espiritual correremos hacia Dios. Si somos viejos arrastramos los pies. Se dice que este joven podía haber sido san Marcos, que por tres veces abandonó a Jesús: aquí, en el jardín de los olivos y en el primer viaje apostólico de san Pablo. Nos da esperanza a nosotros que tantas veces hemos dejado a solas a Jesús.
El joven hizo la pregunta más importante de su vida: ¿Qué debo que hacer para ir al cielo? Es una pregunta que deberíamos hacernos de vez en cuando en nuestra oración: ¿Qué piensas de mí? Imagínate que una mañana cuando te levantas y te miras en el espejo, en vez de contemplar tu cara dormida, ves la faz de Jesús. ¿Qué expresión tiene? ¿Sonríe, pensativo, triste, preocupado, enfadado? Un autor espiritual dice que deberíamos mirar a Jesús cara a cara, a sus ojos, por lo menos una vez al día. La gente hoy en día no quiere hacer esta pregunta. Prefieren preguntar: ¿Qué tengo que hacer para ser rico, famoso, apuesto, popular? Ahora es el momento de preguntarnos cual es el sentido de nuestras vidas, no cuando seamos viejos. Es una pregunta importante porque condiciona nuestra felicidad presente y futura.
Jesús le respondió: cumple los mandamientos. El chico dijo que ya los cumplía. Era un buen chico. El evangelio dice que entonces Jesús lo miró y lo amó. Cuando miras a Jesús te ves como eres, y experimentas su amor. Jesús vio que estaba bien dispuesto, que tenía un buen corazón y le pidió todo: vende todo lo que tienes y sígueme. Así es como Jesús nos ama: pidiéndonos algo. Cuanto más nos quiere, más nos pide. Es una pregunta peligrosa: ¿Qué quieres de mí? Le ofrecemos un cheque en blanco. Nos da miedo porque puede tomarlo. Es un miedo infundado. Lo que quiere Dios de nosotros es lo mejor para nuestra vida.
Se fue triste porque tenía muchas posesiones. La tristeza de no ser generosos con Dios. Lo contrario de la alegría de dar. Jesús dio en el clavo. Él sabe lo que nos hace falta. Por eso muchas veces no queremos rezar para no saberlo. Hay siempre algo a lo que estamos apegados, un obstáculo para nuestra felicidad, algo que nos separa de Dios. ¿Qué esperamos para dárselo? Hoy en día los jóvenes no quieren hacer esta pregunta. Tienen miedo a darse. ¿Por qué? Demasiadas opciones para elegir, miedo de cambiar de opinión, búsqueda de una señal clara, o demasiada presión para conseguir el éxito. No es fácil competir con la gente perfecta que aparecen en los medios sociales.
Me imagino al joven rico años más tarde, ya mayor, sentado en la baranda de su granja, mirando a sus posesiones, mientras el cristianismo había llegado a los confines del mundo conocido. Pensaba que podía haber sido uno de los primeros cristianos. Jesús en persona le pidió su vida, y la cambió por unas hectáreas de tierra.
josephpich@gmail.com