Homilías de cuatro minutos

Todos los Santos

Joseph Pich

Todos los Santos

            Una vez al año la Iglesia como buena madre se acuerda de nuestros hermanos que ya han entrado en la eternidad. En el primer día del mes los santos que están en el cielo; en el segundo, las almas del purgatorio. Se dice que hay unos diez mil santos canonizados por la Iglesia. Pero es imposible cuantificar todos los santos del cielo. No tenemos tiempo para canonizar a toda persona que entra en el paraíso: son millones. Los llamamos santos anónimos, que significa sin nombres, aunque para Dios todos tenemos un nombre escondido. Esperemos que un día esa será nuestra fiesta. Hoy es la fiesta más importante en el cielo por el número de santos que celebramos su dies natalis, su nacimiento a la vida eterna.

            El recuerdo de los santos nos ayuda a levantar nuestros ojos hacia el cielo. A ellos no les afecta, pues ya están inmersos en Dios y no les hacen falta nuestras oraciones. Nosotros sí que necesitamos su ejemplo, su modelo de vida, inspiración e intercesión. No se trata de copiarlos, porque cada persona es única, sino para convencernos de que podemos ir al cielo, de que Dios nos quiere consigo y de que tenemos las gracias necesarias para conseguirlo.

            ¿Qué es la santidad? No implica ser perfectos. Significa que cuando morimos, vamos derechos al cielo. Es imposible ser perfectos, pero podemos llegar al paraíso gracias a la ayuda de Dios. Todos tenemos la sensación de que si morimos ahora quizá podamos colarnos en el purgatorio. Entonces, ¿Cómo podemos pretender el cielo? Con la misericordia de Dios; es tan potente que nos puede hacer completamente limpios. Y ahí está para alcanzarla. Hoy la Iglesia nos quiere recordar que hemos sido creados para estar con Dios para siempre. Es bueno recordar la famosa pregunta que se hizo San Ignacio de Loyola, cuando leía las vidas de santos y experimentaba una paz maravillosa en su alma: Si ellos pudieron, ¿Por qué no yo? El demonio nos quiere desanimar y convencernos que es casi imposible llegar al cielo.

            Un día la hermana de Santo Tomás de Aquino le formuló una pregunta difícil, quizá la más importante para nuestra vida, la misma que le hizo el joven rico a Jesús: ¿Qué debemos hacer para llegar al cielo? Santo Tomás, que era un hombre de pocas palabras, siempre preciso en sus explicaciones, respondió con una palabra: Quererlo. Es cuestión de deseo. Dios nos abrirá la puerta si lo queremos de verdad, si la empujamos con nuestra lucha y ambición.

            Santa Josefina Bakhita al final de su vida expresó de una manera bien bonita el deseo que todos tenemos: “Viajo muy despacio, pasito a pasito, porque llevo conmigo dos maletas bien grandes. Una, llena de mis pecados, y la otra, más pesada, con los méritos de Jesucristo. Cuando llegue al cielo, abriré las dos maletas y le diré a Dios: Padre eterno, ahora me puedes juzgar. Y le diré a San Pedro: cierra la puerta, porque aquí me quedo.”

 

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