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Homilías de cuatro minutos
Homilías de cuatro minutos
Presentación de Jesús
Presentación de Jesús
Hoy entra Jesús por primera vez en su templo, para cumplir las obligaciones prescritas por la ley judía. Viene en los brazos de su madre porque todavía no ha aprendido a andar. José trae un par de palomas. Siendo una familia pobre, no podían comprar un cordero. Un poeta dice que, al no haber pobreza en el cielo, Dios vino a la tierra a encontrarla. Esperado por siglos y siglos, cuando llegó el Mesías, no hubo fiesta de bienvenida. Sólo dos personas le reconocieron. Dios pasa normalmente desapercibido. Le gusta esconderse y pasar inadvertido. Somos nosotros los que tenemos que buscarlo. Nos quejamos de que no se deja ver. Pero no le gusta imponerse. Prefiere respetar nuestra libertad. Tenemos suficientes signos de su presencia.
¿Cómo Simeón descubrió a Jesús? ¿Qué es lo que vio? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que, a pesar de ser un hombre viejo, tenía un corazón grande. Le había sido revelado que antes de morir vería al Mesías. Iba cada día al templo para descubrir al ungido de Dios. Ese día vislumbró a Jesús recién nacido, entre una multitud de bebés traídos por sus padres para ser rescatados. Quizá fue la hermosura de María lo que le abrió los ojos. La gente mayor a veces se vuelven cascarrabias, quejándose de que el pasado fue mejor, y hacen la vida imposible a los que viven con ellos. Simeón era lo contrario: un hombre dulce, con buen humor, optimista, lleno de vida, con la esperanza de ver a Dios. Esa debería ser nuestra actitud. Cada día que pasa estamos más cerca de él. El Señor viene a buscarnos y debemos esperarle, de pie, caminando hacia él. Deberíamos repetir cada noche antes de dormir, las palabras del viejo Simeón después de ver a Jesús: Ahora puedes despedir a tu siervo en paz, porque han visto mis ojos tu salvación.
Tenemos envidia de Simeón: abrazó al niño Dios en sus brazos. María se lo dejo coger. Poca gente lo ha hecho. Le pedimos a nuestra Madre ese privilegio. Ella nos dice que debemos primero lavarnos las manos, peinarnos el pelo, y limpiar nuestros zapatos. Quizá necesitamos confesarnos, perdonar una ofensa, o pedir perdón a alguien que hemos herido.
Simeón no trajo buenas nuevas a la joven pareja. Hasta ahora todos los anuncios de los ángeles estaban llenos de alegría y esperanza. Ahora, después de un mes de silencio, Simeón respondió algunas preguntas acerca del futuro del niño: será un signo de contradicción. Este niño va a traer sentimientos opuestos al mismo tiempo: penas y alegrías, sufrimiento y felicidad, cruz y gloria. De ahora en adelante, la gente no podrá permanecer indiferente ante su encuentro. Estaremos en contra o a favor. Seguirlo es una aventura, pero trae hacia si dos extremos: una alegría con las raíces en forma de cruz.
Simeón dijo algo a María en secreto, para que sólo lo oyera ella: una espada traspasará tu alma. Ya lo había entrevisto cuando el ángel le preguntó si quería ser la Madre de Dios. Es algo que toda madre percibe al dar a luz. La vida trae dolor, el amor engendra sufrimiento. Ella comenzó a experimentar la cruz mucho antes que su hijo. Era una profecía que se iba a consumar en el Calvario. Del mismo modo que una lanza traspasó el costado de Jesús, abriéndonos su corazón, el alma de María iba a ser penetrada por una espada, para que pudiéramos percibir su amor de madre.
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